Aquellos tiempos
Hay
días de turbulencia, días calmos, días en los que embisto al mundo, días en los
que solo me siento a ver el sol caer, hamacando mis ideas, revolotean las contradicciones, y me conozco
cada vez más.
Navego
en el tiempo para recordar lo indispensable de la infancia, poder sonreír por
todo lo que nos ocurre, no tenerle miedo a nada, decir todo lo que nos parezca
y soñar sin barreras. Aquellos años no solíamos esperar nada de nuestros días,
quizá un momento en la plaza lo era todo, unos panqueques de la abuela, tocar
el timbre en alguna casa y correr, patear la pelota incontables veces, hacer
barquitos algún día lluvioso. Todo era
un juego, hasta el amor…
La
sensibilidad pasaba por sonreírle a un payaso, saludar a una nena que iba en la
vereda de enfrente, acariciar un gatito de la calle, creer que era nuestro.
Llorábamos por cada imbecilidad sin saber los verdaderos males de la vida. Los
libros eran todo un misterio, la televisión nos agobiaba, la radio interrumpía
nuestras siestas, los teléfonos sonaban muy de vez en cuando.
La
paciencia era moneda corriente, los abuelos más sonrientes, las iglesias
colapsaban, las canchas eran una fiesta. Los vecinos sentados miles de horas en
la vereda mirando la gente pasar, todos se saludaban, las rejas solo estaban en
la prisión.
Lo sencillo
que era tirar la mochila del colegio en un rincón e ir a jugar, cruzar una
calle, caminar por nuestros barrios silenciosos, escuchar el llamado de
nuestros padres al a hora de comer, decirle a una chica que la volverías a ver
dentro de poco, llamar a su casa y nunca hablar. Y así era, todo más predecible
que ahora, a esa chica la volvías a ver, más radiante que antes, más
interesante, y no esperabas nada de ella, ni ella de vos. Tal vez un lento habré
bailado, tal vez hemos sido más espontáneos, sin importarnos el que dirán. La
esperabas en la puerta del colegio, caminabas hasta la puerta de su casa, y
despedirla sin casi haber hablado, ese era el verdadero amor.
Los
ideales estaban en la cotidianeidad, en soltar una lagrima a tiempo, lanzar una
puteada sin pensar, preguntar todo a todos, intentar ser algún superhéroe.
Será
porque habremos crecido, el hoy es distinto al ayer, nosotros hemos cambiado,
las personas esperan algo de nosotros, que casi nunca podemos dar, las personas
idealizan no sé qué, las relaciones necesitan de nombres, las certezas son
fugaces, suponemos de más, prejuzgamos casi por deporte.
Las
princesas ya no lo asumen, los príncipes se consumen, los lápices dibujan
zombis, los que antes dibujaban corazones.
Hay
días en los que pasa un torbellino y te arrastra de aquí para allá, días en los
que tienes todo, o piensas que tienes todo. Hay días que piensas de más y
sientes menos, escupes verdades y te arrepientes, días en los que cuanto menos tienes más suelto andas.
A
aquellos que esperan que caiga fruta del frutal les imploro que se dejen
sorprender por la belleza de su flor, por el sonido del viento, por el crujir
de las hojas en otoño, por la rama que hace el columpio, por la raíz que es más
fuerte que nuestros ideales, por la inmensa copa que es más sana que nuestros
vicios. Tal vez, si nos dejamos sorprender recuperemos esa inocencia perdida y hagamos
que la felicidad sea solo instantes.
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