miércoles, 26 de julio de 2017

AQUELLOS TIEMPOS - POR MARCOS MORALES


Aquellos tiempos

            Hay días de turbulencia, días calmos, días en los que embisto al mundo, días en los que solo me siento a ver el sol caer, hamacando mis ideas,  revolotean las contradicciones, y me conozco cada vez más.

            Navego en el tiempo para recordar lo indispensable de la infancia, poder sonreír por todo lo que nos ocurre, no tenerle miedo a nada, decir todo lo que nos parezca y soñar sin barreras. Aquellos años no solíamos esperar nada de nuestros días, quizá un momento en la plaza lo era todo, unos panqueques de la abuela, tocar el timbre en alguna casa y correr, patear la pelota incontables veces, hacer barquitos algún día lluvioso.  Todo era un juego, hasta el amor…

            La sensibilidad pasaba por sonreírle a un payaso, saludar a una nena que iba en la vereda de enfrente, acariciar un gatito de la calle, creer que era nuestro. Llorábamos por cada imbecilidad sin saber los verdaderos males de la vida. Los libros eran todo un misterio, la televisión nos agobiaba, la radio interrumpía nuestras siestas, los teléfonos sonaban muy de vez en cuando.

            La paciencia era moneda corriente, los abuelos más sonrientes, las iglesias colapsaban, las canchas eran una fiesta. Los vecinos sentados miles de horas en la vereda mirando la gente pasar, todos se saludaban, las rejas solo estaban en la prisión.

            Lo sencillo que era tirar la mochila del colegio en un rincón e ir a jugar, cruzar una calle, caminar por nuestros barrios silenciosos, escuchar el llamado de nuestros padres al a hora de comer, decirle a una chica que la volverías a ver dentro de poco, llamar a su casa y nunca hablar. Y así era, todo más predecible que ahora, a esa chica la volvías a ver, más radiante que antes, más interesante, y no esperabas nada de ella, ni ella de vos. Tal vez un lento habré bailado, tal vez hemos sido más espontáneos, sin importarnos el que dirán. La esperabas en la puerta del colegio, caminabas hasta la puerta de su casa, y despedirla sin casi haber hablado, ese era el verdadero amor.

            Los ideales estaban en la cotidianeidad, en soltar una lagrima a tiempo, lanzar una puteada sin pensar, preguntar todo a todos, intentar ser algún superhéroe.

            Será porque habremos crecido, el hoy es distinto al ayer, nosotros hemos cambiado, las personas esperan algo de nosotros, que casi nunca podemos dar, las personas idealizan no sé qué, las relaciones necesitan de nombres, las certezas son fugaces, suponemos de más, prejuzgamos casi por deporte.

            Las princesas ya no lo asumen, los príncipes se consumen, los lápices dibujan zombis, los que antes dibujaban corazones.

            Hay días en los que pasa un torbellino y te arrastra de aquí para allá, días en los que tienes todo, o piensas que tienes todo. Hay días que piensas de más y sientes menos, escupes verdades y te arrepientes, días en los que  cuanto menos tienes más suelto andas.

            A aquellos que esperan que caiga fruta del frutal les imploro que se dejen sorprender por la belleza de su flor, por el sonido del viento, por el crujir de las hojas en otoño, por la rama que hace el columpio, por la raíz que es más fuerte que nuestros ideales, por la inmensa copa que es más sana que nuestros vicios. Tal vez, si nos dejamos sorprender recuperemos esa inocencia perdida y hagamos que la felicidad sea solo instantes.

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