martes, 5 de septiembre de 2017

AMERICA VENECIANA - POR MARCOS MORALES


América Veneciana


         Hay quienes gozan camina bajo la lluvia aunque convenga muchas veces refugiarse en el primer paraje, como también la otra especie de desquiciados que corre por la ciudad, con su paso de ballet evitando charcos oceánicos. En cambio, me encapricho a seguir mi andar, como si nada pasara, sin techos superpoblados, ni pilotos pasados de moda, ni paraguas que se rompa ante la primera ventola.

            La lluvia no siempre cae de la misma manera si le prestas importancia, aquí en Buenos Aires, las calles se vuelven arterias del Río de la Plata, la Venecia americana, salvaguardando que los que flotan y navegan son automóviles de primera generación.

Sin mi goleta, empapado de naturaleza pasado el rato siempre comienzo a temblar, pero omito el temblequeo y sigo riéndome de aquellos, mojados igual que yo, intentan secarse en las salamandras de algún bar.

            La lluvia no desiste y de un momento a otro comienza a vertirse de blanco, acompañado de unos ruidos pedregosos. Suena y resuena el granizo que golpea las goletas motorizadas, destrozando todo como manada de elefantes voladores. Parezco un idiota tratando de esquivar aquellos elefantes que pegan ostiazos en la nuca, acelerando mi paso, sin ocultarme en algún resguardo, creo que no habrá lugar para este hombre pasado por agua, al que ya le empieza a doler aquello que cae del cielo. Ni el intento de mirar hacia arriba practico, momento que me niega la entrada a un bar y no consigo reparo en el techito de enfrente. Localidades agotadas y la “pucha” digo. Ni aprentándonos entramos en aquel lugar…ropa pegada al cuerpo, cosa que siempre pasa, me siento en una esquina solitaria donde encuentro un techo que me cuide de los piedrazas blancuzcos. Tan solo un descanso para retomar aire y seguir bailando por las calles, por que mis pasos son  para el Colon, al cruzar esos mares que te separan de la vereda. Ahora que nombre al Colon, o a Colon, hizo recordar que en mi infancia hacia barquitos para que los lleve la corriente. De esta manera que mi capricho llega hasta el punto de hacer un barquito para ver si soportaba este granizo. Me las rebusque entre quiosco y quiosco para conseguir un buen papel y me dispuse a pensarlo mientras mi cabeza aguantaba como escudo de guerrero persa. Hoy en día los papeles son mejores que antes pienso, mientras organizo mi origami de la manera mas titánica, aunque el granizo acrecienta y ya mis esperanzas son casi nulas. Un desafío entre la naturaleza y el hombre. Otro de los tantos…

            Me acerco a la vereda, aunque cueste encontrarla porque a esta altura el agua llega a mis tobillos, ruego una plegaria, despliego la manga de mi mojado ropaje, para embarcar. Rápidamente puedo ver como se desliza por el agua al momento que el pedrisco ataca cuan pirata en altamar. Tomando una velocidad extraña se aleja rápidamente y dejándome triste y solo, todavía lo acompaño con la mirada. Sin poder imaginar hasta donde llegaría decidí correr por el, desesperado, goteante, ya amigo del agua pero no del granizo. Corría por las veredas colmadas de gente que me frenaban el paso, por lo que decidí encauzarme en el río que tenía nombre de calle. En realidad no se muy bien donde estaba, o si en verdad era una calle con nombre de río. Acelerando el paso pude llegar a alcanzarlo, las velas parecían resistir el ataque, la ventisca bamboleaba la fragata, pero deslinde una triste premonición al ver el papel que se deshacía. Ese barco iba a perecer titánicamente en muy poco tiempo y no quería ser espectador de tal momento. Me di la vuelta y emprendí el camino opuesto para desentenderme de tal desastre. Quise voltear por ultima vez, preocupado, lo seguí fijamente con la mirada, ya mis pasos costaban, al momento que tropecé y me zambullí en la pileta de empedrados. Acompañado de unas risas que provenían de algún paraje, no me quedo alternativa que mirar el barco desde el agua, a medida que me levantaba. Para nadar no me daba el cuero. Malhumorado y congelado entras las aguas turbias de la ciudad, pude ver mi barco a lo lejos como desaparecía. Algo extraño había sucedido, ya no circulaba por las aguas, busque en los bocacalles cercanas y ni rastros había de él.  Por momentos quise que esos remolinos atlánticos se apoderen de mí. Turbado y hastiado de agua ya quería emprender el viaje de regreso, con una tristeza de pirata sin oro. Me acerque a la parada del autobús, por suerte tenia alguna chapa desprolija que me cubría, pedí permiso e hice un esfuerzo para no mojar a nadie. Subí al autobús y al sentarme un niño mostraba alegremente a su madre un barco que había sido rescatado del naufragio.

            Ese mar que casi se queda sin barco y sin capitán cuando tropecé en ese maldito empedrado, tendrá un nuevo capitán, menos torpe que yo. 

            La próxima vez mejor no salgo de casa.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       

VISITA LITERARIA - POR MARCOS MORALES


Visita literaria


En un entrevero con los guerreros de la utopía,

bañados de calle, insurrectos hasta la manga del mugriento suéter,

sentados como marionetas traídas del horizonte,

nos dictaron frases al viento.


La literatura, una vez mas, se hizo de dos sillas y una mesa (ella de todo se apropia),

dichosos los sobrevivientes, que soportamos la informalidad de una presentación improvisada,

para encender las voces que se refrescan con un océano de agua envasada,

vino inspirador para el poeta diurno.


Un tal Cucurto y un tal Alfredo, boina sublevada a los buenos modales,

hablaron de sus vidas, su literatura,

sobre aquel espíritu del poeta del que todos conocen (y yo suelo desconocer),

y la obscuridad del presente.


Aquí, en una sala universitaria cualquiera, de cualquier país (¡a esta altura!)

me enseñaron la revolución,

que aquí se es muy cómodo,

que es preferible luchar, aunque sea tarea diaria.


Desconocía la dirección del baño (de guía me ofrecí),

sin embargo, bien sabía de historia, de arte, de periodismo,

y de verdades  (que no compartió conmigo),

pero sin duda, Alfredo monologaba entre los pasillos, ante dos espejos atónitos. 


Seguramente no nos volveremos a ver,

o tal vez “el halcón” nos cruce por casualidad;

impensadamente, versos necesarios se esparcieron sobre el salón,

para dar el Norte al poeta perdido.


18 de mayo de 2010

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