HUMOR Y CRÍTICA SOCIAL EN UN RETRATO DESOPILANTE
Lejos de su registro habitual, pero con su consabido manejo del lenguaje –ese exquisito uso de la palabra que ahonda en significados y sonoridades- 120 kilos de Jazz es más “liviana” que la mayor parte de las obras de Brie, quizás porque la crítica social más cruda, oculta detrás de cierto costumbrismo, se diluye con el cambio de contexto -de Sucre (Bolivia) a Almagro (Buenos Aires)- y el humor acaba por cubrir con una pátina de inocencia los prejuicios descriptos, el gestus de clase y hasta ese “velado racismo” que, queda claro, por allá es bastante menos “velado” que por acá. Una prueba de este “desajuste” es que el dramaturgo y único actor en escena debe interrumpir el devenir de la obra para dar algunos datos sobre algunos sucesos ajenos al acontecer dramático, pero que lo explican. Tal información es de tal dureza que hace difícil volver en seguida al clima festivo que propone el espectáculo, un efecto de contraste, tal vez, buscado.
120 kilos de Jazz es un monólogo basado en un cuento de 1994, cuyo origen narrativo queda a la vista, más allá del despliegue corporal del actor en escena, un crescendo de movimientos que acompañan la acción y son acompañados, a su vez, por una música que profundiza en significados al mostrarse como factor de identificación. Es una pieza muy dinámica en la que Brie juega con el público brevemente, sin propiciar un real intercambio pero vitalizando la platea.
El principal pilar de la obra es, por supuesto, la obesidad; esos 120 kilos que el protagonista posee y el actor hace que “pesen” sobre el escenario. No sorprende que Brie pueda hacer que la platea vea en ese hombre delgado, con traje y zapatos grandes, un hombre de tal magnitud: su talento en escena y el texto obran el milagro. Por lo demás, la descripción del hombre en las diversas situaciones es magistral, en especial cuando detalla onomatopéyicamente sus movimientos al bailar, verdadero climax de la pieza. Un logro de envergadura, dentro de la crítica social a la que aludíamos, es la alternancia en la descripción “del gordo” entre la autopercepción y la mirada del otro, alternancia que permite tomar distancia frente a la problemática.
Si se presta atención, tras la carcajada podrá verse un planteo bastante serio, no solo sobre los prejuicios y la tilinguería (si se me permite usar el término jaurechiano), sino sobre la construcción de la identidad. Se trata de rascar un poco la superficie y ver tras los falsos mariachis, el falso contrabajista o el falso enfermo, lo que hay de verdad en cada uno. De aprender a ver.
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