Después de la poesía, la nada.
Sucede que a veces uno no es quien
la gente espera, y se ocupa de cuestiones que se pasaron de moda en una
modernidad fugaz, donde los intereses se apoderan de uno. Si quisiera hacer lo
que un poeta gustaba en otras épocas, comenzarían a mirar de reojo a un hombre
que se ocupa de utopías en vez del consumismo y las apariencias que resultan más
importantes en los tiempos modernos.
De esta manera, y casi sin darnos
cuenta, se perdió la belleza, la búsqueda de tal, el escarbar hacia adentro, el
amor eterno, las vicisitudes que antes preponderaban y que ahora son mal
vistas.
Parece que las raíces se pudrieron
para volverse ásperas, donde el hombre no se ocupe de ellas, sin siquiera
recordarlas.
La melancolía del poeta se pierde en
la vertiginosidad del día a día, donde el papel se aleja de sus manos y las
plumas son armas suicidas en las noches solitarias. La inspiración se diluye
entre los desamores, el dinero y las tecnologías que se ocupan de vaciar las mentes y las almas.
Un cuerpo ya infectado de drogas, gérmenes,
pandemias, guerras, odios, mercados de valores, blasfemias, mentiras, y
pecados, como si fuera un tumor mortal
que deja una ciudad carente de poesía, de arte, de amor.
Así, como un día el primer poeta leía
lo suyo para el agua, para la luna, para los árboles, para las ranas y para los
grillos, daría la sensación que hoy, lentamente aquel poeta, como muchos otros,
se van quedando sin latidos, bajo la obscura trivialidad moderna.